Bienvenidos al cuarto y espero
que último capítulo de la serie ombligocentrismos.
La verdad es que no esperaba dedicar a este tema tantos episodios (ni tantas
líneas), pero es que esto de hilar ideas es como el rascar...
En esta ocasión, tal y como
indicaba en el capítulo anterior, toca hablar de las editoriales. Y como no,
comenzaré con una nota aclaratoria para cabezones (tendremos que buscarles otro
nombre con más gancho. Se aceptan ideas): éste no pretende ser uno de tantos
artículos de opinión, en el que el autor hace gala de su savoir faire en esta tradición tan española de hablar sin tener la
más puñetera de las ideas. En lo que se refiere a las entrañas del mundo editorial,
he de reconocer que no sé mucho más de lo que las propias empresas filtran a
través de entrevistas, notas de prensa o foros. Por eso, me parece absurda la
postura de más de uno en mi misma posición, de criticar la labor que hacen (o que
deberían hacer) dichas organizaciones sin saber realmente cuál es el trabajo
que desempeñan. Ojo, ésto no significa que uno no pueda plantearse preguntas
más o menos inteligentes (eso ya que lo valore cada uno) utilizando el sentido
común y mucho menos que algunas de las críticas que reciben dichas editoriales
no sean grandes verdades.
Si partimos de lo que sabemos, una
editorial de juegos es una empresa, una organización dedicada a actividades
industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos (RAE). Con esta información, ya
dejamos claro que pese a que en su mayoría las editoriales estén compuestas por
verdaderos jugones, el fin último de éstas es hacer dinero.
Al margen de que este principio
básico desmonte uno de los argumentos más utilizados para criticar/alabar a una
editorial (cuanto más se parezca a una ONG, mejor), sirve para que uno se haga
preguntas:
En España, los juegos de mesa modernos
son unos verdaderos desconocidos. Pese a todo, la comunidad de jugadores de
este país hace una enorme labor de difusión a través de muchas y variadas
iniciativas (sin entrar a valorar la calidad o los contenidos). Por otro lado, si
una editorial es una empresa, probablemente ésta tenga un departamento de
marketing, cuyo objetivo, según el diccionario es el aumento del comercio, especialmente de la demanda. Entonces
¿qué hacen las editoriales por fomentar dicha demanda?
En nuestro país un juguete es un
bien cultural, pero un juego no. No obstante, los primeros interesados en que
esta circunstancia cambie parecen obviar este hecho. ¿Acaso una mayor difusión
de los juegos de mesa no tendría como consecuencia pingües beneficios para dichas
empresas? Las editoriales parecen haberse acomodado en un nicho del mercado en
el que pueden seguir obteniendo rentabilidad sin incomodarse demasiado los unos
a los otros. ¿Qué más dará que el mar esté lleno de peces, si yo puedo seguir
pescando en un barril?
Asociaciones de artesanos, de
jugueteros, de ilustradores, de escritores, de creadores de juegos de mesa…
Hace tiempo que en este mundo cada vez más global se ha demostrado que la unión
hace la fuerza. Pero, ¿cuánto tendremos
que esperar para ver una Asociación Española de Editores de Juegos de Mesa, una
agrupación profesional que pelee por defender sus intereses, en lugar de delegar
esta responsabilidad en asociaciones y grupos?
Hay un gran camino que recorrer,
pero mientras esta quimera no sea una realidad, mientras que no sólo las
editoriales, sino los profesionales de este mundillo (los de verdad, no los de
boquilla) no cojan las riendas del sector que les da de comer, marcando unas
pautas, una dirección y una intención; una base que sirva de cimiento para un
crecimiento sano del mundo lúdico, este tren de largo recorrido difícilmente saldrá
de la estación en la que se oxida ahora.