sábado, 30 de noviembre de 2013

Ha llegado el otoño

Artículo publicado en el número 15 de la revista Token (http://revistatoken.wordpress.com)

Ha llegado el otoño

Al igual que ocurre con las migraciones de aves, los fascículos coleccionables y los anuncios de "la vuelta al cole", retorna en este septiembre, ya de por sí convulso por la muerte y resurrección de nuestro foro lúdico por excelencia, la típica (y ya un poco cansina) gresca en torno a los finalistas del Juego del Año en España.
Pese a que este galardón haya visto ya su novena edición, tiempo suficiente para que la concurrencia sepa de qué pie cojea dicho premio, parece inevitable escuchar todos los años las mismas voces que en su condición de indignados (concepto muy en boga estos días), proclaman a los cuatro vientos su disconformidad con los títulos seleccionados. Ojo, no digo que no podamos expresar nuestra opinión respecto a la adecuación de los juegos finalistas a nuestros gustos; yo  mismo confieso que la mayoría de los títulos presentados, pese a ser buenos juegos, según mi criterio, no están a la altura de lo que yo consideraría el “mejor juego de este año”. Pero es que una cosa es expresar nuestra opinión y otra muy distinta actuar como si fuera una afrenta personal desarrollar una actividad lúdica ajena a nuestros gustos, rasgándonos las vestiduras mientras exigimos (sí, amigos, porque exigimos, sin plantearnos si quiera si tenemos derecho a ello) más transparencia en el proceso de selección; el nombre de los responsables de esta afrenta a la comunidad lúdica; explicaciones de “por qué se han hecho tal mal las cosas”; e incluso una mayor dignidad en su defensa por parte del jurado, sin reparar en el hecho de que lo preocupante es que hemos adoptado la vergonzante postura del ataque sin razón aparente.
Una vez más, el mal endémico del que he hablado alguna vez en mi blog (perdón por la publicidad) aparece: nos dejamos llevar cual turba estúpida por los comentarios incendiarios de algún iluminado, y no vemos más allá de lo obvio: que el Juego del Año en España (o premio de la crítica, apelativo que parece que ha levantado más de una ampolla), no es más que el nombre que un grupo de personas decidió ponerle a un premio allá por 2005, sin otro propósito que el de fomentar, celebrar o premiar la edición de juegos de mesa en la lengua de Cervantes. Nada más. Ni tiene carácter oficial, ni está patrocinado por el Ministerio de Educación, ni tiene relevancia alguna fuera del reducido grupo de aficionados a los juegos de mesa de este país.

Seamos serios, estamos hablando de un grupo de personas que roban a su llamémosla “vida real” un tiempo precioso, para dedicarlo a probar, comentar, cribar y decidir qué juegos son los que consideran mejores dentro de unos criterios dados. Gente que probablemente comparta nuestro día a día lúdico (esto es una elucubración no contrastada, pero este mundillo es muy pequeño para que sea de otra forma), a los que llamamos “inútiles” y “vendidos” sin preocuparnos en ver que son los mismos individuos con los que luego confraternizamos en blogs, foros, tiendas e incluso alrededor de un tablero. Y todo por participar (de forma no remunerada además) en un proyecto cuyo único fin es intentar difundir los juegos de mesa y su reconocimiento social. Valientes sinvergüenzas. A la hoguera con ellos.

Se habla continuamente de la necesidad de crear una crítica especializada independiente de la industria, pero resulta que cuando un proyecto que se asemeja en mayor o menor medida a estas necesidades adquiere consistencia, algunas de las voces que pregonan la necesidad de una función crítica cambian su discurso por el de la indignación y el descrédito. Alucina vecina. 

Quizá ha llegado el momento de que el premio al Juego del Año en España evolucione, cambie, mute, se adecue a los cambios del mercado español. O igual lo que necesitamos es crear otro premio que se adecue más a los gustos de los que no nos sentimos representados en el criterio del JdA. A lo mejor podríamos limitarnos a argumentar nuestra disconformidad con el resultado, con la esperanza de que sea la propia organización la que cambie las cosas por nosotros; o  simplemente obviar este premio a base de no darle más importancia de la que realmente tiene. Lo que está claro es que torpedear el esfuerzo de los demás por llevar a cabo sus ideas, poner en duda su capacidad, aptitudes e incluso su imparcialidad por el simple hecho de que no estar de acuerdo con su su trabajo no es realizar una función crítica, es malmeter porque sí, no nos engañemos.

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